Para Dios, todo es posible.
Por: Cecilia Cantú de Fernández
14 / Jun / 2012
Nací en Monterrey, Nuevo León, el 11 de diciembre de 1964, de padres muy cristianos que me educaron en la fe Católica.
A los 13 años me enfermé de Lupus, esto es un problema de muy mala coagulación en la sangre.
El 15 de junio de 1984, me casé con Gerardo Fernández. Nuestro proyecto de vida matrimonial era formar una familia católica de 4 hijos, si Dios Nuestro Señor nos los mandaba. Al año de casada quedé embarazada, yo estaba absolutamente autorizada por los doctores, quienes me aseguraron que el Lupus no se hereda al bebé, ni yo lo heredé de mis padres, y también que la cortisona que tomo para controlar el Lupus, no daña al bebé. Todo era felicidad, esperábamos con grandísima ilusión y con mucho amor a nuestro primer hijo. Todo mi embarazo iba muy bien, el bebé pateaba con mucha fuerza, el corazón se escuchaba perfecto, todo era maravilloso. A los cinco meses con tres semanas de embarazo, empecé con dolores de cabeza muy fuertes, incontrolables… los doctores me daban medicinas que no afectaran al bebé para ayudarme, además de mi dosis de cortisona habitual. Esto era una manifestación de que el Lupus estaba muy activo y me estaba afectando… Al llegar a mi cita con el ginecólogo, a la semana siguiente, cumpliendo yo 6 meses de embarazo, el corazón del bebé ya no se escuchó… el doctor me mandó al hospital… Mi situación era muy delicada, nuevamente me vino una púrpura muy fuerte, tenía bajísimas las plaquetas, el Lupus estaba muy activo, mi coagulación estaba gravemente mal. Me subieron la dosis de cortisona a tomar diez veces más mi dosis habitual. Empecé con trabajo de parto y nació mi primer bebé muerto. El ginecólogo me dijo que el bebé estaba perfecto, era un varón de seis meses, pero que mi placenta estaba totalmente infartada, y el bebé murió porque dejó de circular la sangre, y esto es por mis anticoagulantes lúpicos.
Mi condición seguía delicada, el Lupus se reactivó mucho, estuve diez días más hospitalizada.
Al salir del hospital los doctores sólo me daban indicaciones para poderme recuperar, la dosis de cortisona era tan alta que tardaría nueve o diez meses mínimo en volver a mi dosis habitual. Todos los doctores no me sugerían volver a intentar otro embarazo. Me decían que este problema es recurrente, y los anticoagulantes lúpicos en el sexto mes, siempre, seguirían ocasionando la muerte de los bebés, además de un gran deterioro en mi salud y un riesgo cada vez más alto para mí. Mi Marido, mis papás y familiares se asustaron mucho de ver lo mal que me puse de salud.
Al llegar a mi casa en aquél estado, sólo recuerdo que rezaba el rosario diario, a veces acompañada de mi marido, para que la Santísima Virgen fuera mi consuelo… y que me fuera dando paz, luz y sabiduría, para que me fuera mostrando el camino de la voluntad de Dios para mi vida, para que me ayudara a recuperarme físicamente y emocionalmente. Debo mencionar que durante todo el tiempo en el hospital yo me sentía en los brazos de María, y la presencia viva de Dios en mi alma me sostenía.
Siete meses después, estando ya más recuperada de salud, aunque no totalmente, fuimos mi marido y yo a una casa de adopción, para investigar los requisitos para adoptar. Yo realmente tomaba tanta cortisona, que sabía que se necesitaría mucho más tiempo para recuperarme y además siempre con la amenaza real de la muerte intrauterina de mis bebés. Allí me dijeron que la edad de ambos miembros de la pareja era mínimo 25 años, y no había excepciones a este requisito. Yo tenía 21 años, me faltaban cuatro, por lo que inmediatamente pensé, si se me cierra ahorita esta puerta, se me va a abrir otra por otro lado. Tres meses después, fui al ginecólogo, y me dijo que venía llegando de un Congreso de Embarazos de Alto Riesgo, y que unos doctores de la Universidad de Yale, habían mencionado un caso idéntico al mío, con una señora que después de cinco embarazos que terminaban en muerte, el sexto lo lograron que viviera el bebé con un programa especial con más medicamentos, y estricta supervisión médica. Me pasó el artículo que ellos publicaron, y yo me puse en contacto con ellos.
Diariamente recibía la Sagrada Eucaristía, y recordaba las palabras de Jesucristo en el evangelio: Para Dios todo es posible, y recordaba el evangelio de “Pedid y se os dará, tocad y se os abrirá, buscad y hallareis, porque todo el que pide con FE recibe, al que toca se le abre y el que busca, encuentra… Y aunque sea por insistencia diaria (para que ya deje de molestar) se le concederá…” Así pasé meses y meses con el rezo del Santo Rosario diario, y la Eucaristía, pidiendo siempre el milagro de poder tener un hijo. Por otra parte yo mandé mi expediente a Yale, ellos me contestaron y me hicieron un programa específico para mi problema de coagulación. Ellos no me daban una garantía de éxito, pues no siempre se logran controlar los anticoagulantes que causan la muerte en el sexto mes. Siempre terminaban diciéndome que yo tendría que asumir el riesgo. Fue un año muy intenso, de mucha oración y de mucho estudio e investigación para mí. Cada día me fortalecía más espiritualmente, con el santo abandono en manos de Dios, y de María Santísima, con fe a ciegas en las promesas del Evangelio, de la Eucaristía y del Santo Rosario diario. Científicamente, yo necesitaba saber que era lo que iba a ocurrir físicamente, si me decidía a embarazarme nuevamente. Además ya era mi segundo año de recuperación, ya iba recuperando la estabilidad: el lupus… En este tiempo, fuimos mi marido y yo a hacer una “manda”, esto es una peregrinación al Tepeyac, en la Ciudad de México, a visitar el cerrito en donde la Santísima Virgen, Madre de Dios, por Quien se vive, puso sus pies, y puso su mirada protectora sobre todos sus hijos que se acogen a ella… y le suplicamos intercediera por nosotros ante su Hijo para alcanzarnos la gracia más noble y santa que un matrimonio puede pedir, el milagro de tener un hijo, que naciera vivo y que lo protegiera de todas las amenazas de mi embarazo… En la Basílica recibimos la Sagrada Eucaristía, y ahí, frente al ayate donde dejó plasmada su imagen nuestra Señora, y bajo la mirada de sus ojos vivos, nos quedamos horas rezando el rosario y suplicándole nos alcanzara la gracia de un hijo…
Dos meses después yo hice una peregrinación a Cotija, Michoacán, a la Iglesita de San Juan del Barrio, y ahí recé el rosario con un grupo de señoras, para pedirle a la Virgen que intercediera por mí ante Dios nuestro Señor, y me alcanzara la vocación de ser madre…
Ya cuando habían pasado dos años de la muerte de mi bebé, ya que físicamente había recuperado la estabilidad, ya que había hecho las peregrinaciones, y el propósito del rezo del Santo Rosario diario, ya con el programa detallado para cada mes de los médicos de Yale, quienes me aseguraron que la cortisona que yo tomaría y las aspirinas diarias que tomaría para evitar la formación de coágulos en la placenta no afectaban en nada al bebé y que si podía tener un bebé absolutamente sano, nos decidimos mi marido y yo a intentar nuevamente otro embarazo, esto fue en enero de 1988, año que el Papa nombró “ AÑO MARIANO” para fomentar la devoción a la Virgen María.
Todo mi embarazo se desarrollo absolutamente normal y sin ningún problema hasta los cinco meses y medio de gestación. En esta fecha, los anticoagulantes lúpicos se empezaron a poner muy activos, los doctores duplicaron las dosis de cortisona y de aspirinas diarias, para tratar de controlar el lupus. Yo tenía la amenaza de que el bebé podía morir en cualquier momento, el ginecólogo me empezó a revisar a diario para revisar los latidos cardiacos. En estas circunstancias, le pedí a mi marido que me llevara a hacer una visita al Santísimo… Al llegar ante la presencia de Dios, frente a la imagen de la Virgen de Fátima, yo SOLO PODIA DARLE LAS GRACIAS A ELLA… Yo sabía que tenía que pedirle el milagro de que intercediera ante el Creador para que se salvara a mi bebé del lupus, pero ahí ya no me atrevía a pedir más… ya tan SOLO PODIA DARLE LAS GRACIAS porque yo sabía que EN ESOS MOMENTOS YO YA NO PODIA HACER NADA… ERA ELLA QUIEN ME LLEVABA DE SU MANO AMOROSA … yo sólo obedecía a ciegas lo que me decían los doctores y confiaba que PONIENDO MI VIDA 100% EN MANOS DE MARIA , ella intercedería para que ocurriera lo mejor para mí…
Le prometí en esa visita, que si el bebé era niña, se llamaría Mariana, para recordar siempre el año Mariano, la poderosa intercesión de nuestra Señora, y la actitud y devoción que yo quería tener el resto de mi vida: la devoción Mariana.
Al llegar de regreso a la casa, una sola cosa le pedí de ese día en delante a mi marido, para tener la seguridad de que todo iba a salir bien, y esto fue, el rezo del Santo Rosario juntos todos los días hasta que naciera el bebé. Diariamente también venía un ministro a traerme la Comunión pues yo ya estaba en reposo. Así, con la recepción de la Sagrada Eucaristía diaria, y el Santo Rosario en familia diario, fueron transcurriendo en paz los días…
Cada día era oro, era una ganancia que a pesar de que no se logró controlar en su totalidad el lupus… siempre se mantuvo justo en los límites para no afectar al bebé…y así transcurrieron de 45 a 50 días de oro, en donde mi marido y yo caminamos en la FE, poniendo todas nuestras esperanzas en la intercesión de María Santísima.
El día en el que cumplí siete meses de embarazo, fui a mi consulta habitual, diaria, con el ginecólogo. El me dijo que a partir de ese momento ya podía nacer en cualquier momento el bebé y que ya podría vivir con una alta calidad de vida, pues del sexto al séptimo mes ocurre mucha maduración del bebé en el seno materno… Si el riesgo de los anticoagulantes lúpicos aumentaba, ya podía hacer una operación cesárea para salvar la vida de mi bebé… Ese mismo día, en la noche, se me reventó la fuente de agua, llamé al doctor y me dijo que me fuera inmediatamente al hospital, que iba a hacer una cirugía de emergencia….
Me llevó mi marido al hospital, nos fuimos rezando avemarías para encomendar estos momentos a la Virgen, y una jaculatoria que me enseñó mi papá: “Verbo Encarnado, en esta necesidad muéstrame Tu Poder”. Al llegar, ya estaban todos los doctores, incluyendo al pediatra y al neonatólogo, quienes tenían preparado un respirador artificial y una incubadora por si no respiraba el bebé… Me pasaron al quirófano, y apenas empezó la cirugía, cuando sacó el doctor la cabecita de mi bebé, se escuchó un fuerte llanto, ¡mi bebé nació llorando…! El doctor levantó al bebé a la lámpara y me dijo: ¡Es una beba! Yo no dejaba de llorar de emoción. Inmediatamente le dije: ¡Se llama Mariana!
La Virgen había cumplido sus promesas a los que fielmente rezan el rosario. (La primera, de las quince promesas de la Virgen, según reveló a Sto. Domingo, es: El que rece diariamente el rosario, recibirá CUALQUIER GRACIA QUE ME PIDA). En esos momentos yo le cumplía mi promesa: la niña se llamaría Mariana, para recordar su poderosa intercesión, para vivir siempre con una actitud Mariana, y cultivar la verdadera devoción Mariana.
Pasé horas y horas de esa noche llorando de emoción, de una felicidad indescriptible. A mí me pasaron a la Unidad de Terapia Intensiva, pues al nacer un bebé de una señora con Lupus, después viene una fuerte recaída porque se reactivan todos los anticoagulantes… Pero a mí ya nada me afectaba… yo estaba inmensamente feliz… toda la noche fueron lágrimas y lágrimas de felicidad. Los doctores revisaron minuciosamente a Mariana, y me dijeron que era una niña perfecta, pesó 2.00 Kg., gozaba de salud normal.
No puedo terminar mi testimonio, sin mencionar que desde ese día, empecé a rezar el rosario, en acción de gracias por la vida de Mariana y para que la Santísima Virgen me alcanzara la gracia de un hermanito para Mariana...
Cuando Mariana cumplió un año de vida, consulté al ginecólogo para planear un tercer embarazo. Tenía el antecedente del primer embarazo, cuando el bebé murió. El segundo embarazo, de muy alto riesgo, y de un período muy prolongado de amenaza de muerte del bebé desde los cinco meses y medio hasta los siete que nació Mariana. Me dijo que el riesgo para mí era muy alto. Me explicó que el deterioro en mi persona por tomar tanta cortisona y por tanto tiempo era muy desgastante para mi salud.
Aún así, decidimos intentar el tercer embarazo, para que la Virgen Santísima nos alcanzara la gracia de un hermanito para Mariana. En esta ocasión yo le prometía a la Virgen que sólo le pediría un embarazo más, pues yo sabía que el riesgo que yo asumía era altísimo. Yo sentía dentro de mí, la fuerza, la paz y la seguridad que venían de la Eucaristía, del Rosario y de la Dirección Espiritual frecuente.
Le avisé al ginecólogo nuestra decisión y accedió a ayudarme aclarándome que sería él ULTIMO EMBARAZO.
Como un regalo de Dios y de la Santísima Virgen, Su Santidad, el Papa Juan Pablo II visitó nuestra ciudad de Monterrey, en 1990. El Papa anunció que iba a dar una bendición MUY ESPECIAL en Monterrey, la bendición impartida URBI ET ORBI que si es recibida con piedad y devoción, aunque sólo sea a través de la radio, televisión o muy lejos de su Santidad enriquecían mucho al alma que la recibiera…
Mi marido y yo estábamos de rodillas a cientos de metros de Su Santidad y junto con las miles y miles de almas reunidas, yo sentí que el Papa me bendijo particularmente. Salí de ahí convencida de que iba a quedar embarazada y que todo estaría bien, en manos de María… iniciando todo con la bendición del Vicario de Cristo.
Efectivamente, tres semanas después me confirmaron en el laboratorio que estaba embarazada. Mi marido y yo decidimos guardar silencio con respecto a este embarazo para no alarmar a nadie. Solo visité al ginecólogo y le avisé al pediatra, pidiéndoles discreción absoluta para con mis padres y familiares. Yo seguí el programa de Yale, y todo estuvo absolutamente normal. Cumplidos los tres meses, como ya era obvio el crecimiento del abdomen, les avisé a mis padres y a toda mi familia, quienes me brindaron su apoyo. En este embarazo siempre me sentí físicamente mucho mejor que en los dos anteriores. Al llegar al quinto mes, el ginecólogo me mando sacar un estudio de ultra-sonido por primera vez en todo este embarazo, pues me aproximaba al período peligroso. El resultado de esta primera ecografía del embarazo fue el más maravilloso que una pareja puede tener, me dijeron que estaba esperando CUATES…
Gerardo y yo salimos de ahí llorando de felicidad y dándole gracias a Dios y a la Santísima Virgen por tanta generosidad para con nosotros. Sabíamos que el riesgo era altísimo, pero también sabíamos que era nuestro último embarazo… recordábamos la bendición del Papa…
El ginecólogo me puso en reposo, y empezó a revisarme con más frecuencia. Seguía transcurriendo el embarazo en manos de María, con el rezo del Santo Rosario diario y la Eucaristía. El ginecólogo me decía que ya había pasado la frontera peligrosa, que ya en cualquier momento podrían nacer por operación cesárea, mis bebés ya estaban maduros… Cada día que pasaba era ganancia para los bebés, para su crecimiento y desarrollo y así, de la mano de la Santísima Virgen María, llegué a los siete meses con tres semanas, nacieron dos hermanas para Mariana.
La primera cuatita que nació, se llama Balbina de Lourdes, pues el embarazo lo encomendamos a la Virgen de Lourdes, ya que la fecha final de mi embarazo era el 11 de febrero… pero como nacieron en diciembre 29, a la segunda cuatita, le pusimos Cecilia Guadalupe, en honor a Nuestra Señora de Guadalupe, cuya fiesta es el 12 de diciembre.
Realmente Dios nuestro Señor, y la Santísima Virgen no se dejan ganar en generosidad, tu les pides un milagro, les ofreces tu vida, les pides con fe y devoción, y Ellos te dan más de lo que yo jamás hubiera imaginado, una familia hermosísima de tres hijas estupendas, maravillosas, sanas, excelentes en todos aspectos… y un angelito en el cielo… Esto es una muestra más de que las promesas de nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, y de la Santísima Virgen María por el rezo del Santo Rosario, jamás dejarán de cumplirse, en todo aquél fiel que CREE CON FE A CIEGAS QUE PARA DIOS TODO ES POSIBLE, y en su Madre, NUESTRA MADRE, COMO LA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS QUE RECIBIMOS. Todo esto nos lleva a vivir en el santo abandono en Manos de Jesús y de María para enseñarnos a vivir en plenitud.