La Salve

Por: P. Jose Luis Richard, L.C.

06 / May / 2013

LA SALVE

Se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad. En ella se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.

La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración “esencial”. En ella se hace una única petición: (Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre). Esta única súplica va precedida de un saludo (Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve) y de una breve presentación (A ti llamamos, los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas). Termina con una brevísima “coda”: (¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!)

Saludo

El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen.

- “Dios te salve” es el modo como se ha traducido el típico saludo latino (Salve) pero, en realidad era un augurio de buena salud, respetuoso y familiar al mismo tiempo. Algo así como “¡Hola, que estés bien!”

- “Reina”: es el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina, pero no es normal que un hijo llame así a su madre: nosotros no nos dirigimos a nuestras madres recordándoles sus títulos: “doctora o licenciada”.... Si alguna vez lo hacemos, está claro que hay de por medio una intención bien concreta: queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -toda mamá guarda siempre algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que deseamos. Por otra parte, este título también nos recuerda -a María y a nosotros- que Ella, por ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le pedimos.

- “Madre de misericordia”: inmediatamente después la oración pasa al título más querido por nosotros: Madre. Y además, con un matiz especial: “de misericordia”. El que suplica quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: es cierto que él no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para obtener lo que pide. Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa.

- “Vida, dulzura”: apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración mariana en la que le dirijamos nombres más dulces: “mi vida... dulzura...” “Esperanza nuestra”: el adjetivo “nuestra” nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos. Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le pide algo, ¿qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?

Presentación de la súplica

Antes de entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí mismo y describe el estado en el que se encuentra:

- “A ti llamamos”: la traducción más exacta del latín sería, más bien, “gritamos” o “clamamos”. “Suspiramos”: indica esa dificultad para respirar de quien está llorando o tiene una pena muy grande. “Gimiendo y llorando”: describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa la otra. No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es feliz y que se encuentra en una situación de necesidad. “Desterrados hijos de Eva”: sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador (hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido suyo. Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen geográfica del valle: “en este valle de lágrimas”. Mientras la montaña sugiere sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario, le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre...

Petición

Antes de hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión sumamente coloquial: “ea, pues”, como diciendo: “¡venga, por favor!

- “Abogada nuestra”: “si tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a recurrir?” Es una invocación que pone a María entre la espada y la pared... “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”: el suplicante, antes de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le mire: ¿cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los ojos? Por eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero, obviamente, no lo dice así, sino con un giro poético y finísimo: “dirige hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos”. De nuevo, otro piropo a María como mujer: y concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve potenciada por el amor y la misericordia que en ellos se reflejan.

Finalmente, llegamos a la petición. En latín, como se pone normalmente el verbo al final, la construcción de la frase tiene un encanto especial. Refleja muy bien el titubeo y la indecisión del que quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar. Una traducción literal sería ésta: “Y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre... a nosotros, después de este exilio... muéstranoslo”. ¡Qué bien dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance esa gracia. Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer una petición interesada. El suplicante quiere expresar que lo de menos es el cielo; lo que a él le interesa es... ¡ver a Jesús! Obviamente, es lo mismo, pero dicho de modo más fino, más elegante. Esto me recuerda una anécdota de mi infancia: cuando era pequeño en mi barrio existía la costumbre de invitar a todos los amigos de los hermanos a una pequeña merienda cuando nacía un nuevo niño. Pues bien, cuando mis amigos y yo nos enterábamos de que en tal casa se estaba festejando un nuevo nacimiento, acudíamos a la casa aunque no tuviéramos nada que ver con la familia, y le preguntábamos a la señora: “Disculpe, señora, ¿nos deja ver al niño?” La señora, emocionada y contenta de ver niños tan modositos, nos hacía pasar de mil amores y nos mostraba a la creatura. Después de esto, obviamente, no nos iba a echar de la fiesta con las manos vacías...

Coda final

La coda, que algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración:

- ¡Oh clemente!: invoca la clemencia de María y muy discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores. ¡Oh piadosa! alude a nuestra triste condición de hombres que sufren. ¡Oh dulce Virgen! sintetiza todos los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a lo largo de la oración. Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de María: María. El último recurso para alcanzar de la Virgen la gracia que le pedimos: pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y mirándola confiadamente a los ojos.
P. José Luis Richard, L.C.

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