La Historia de Nuestra Señora de Guadalupe

Por: Lourdes Walsh Ilustraciones: Jorge Sánchez

02 / Dic / 2013

La historia de Nuestra Señora de Guadalupe Emperatriz de las Américas

 

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Juan Diego nació en 1474 en un pueblecito de campo cercano a la Ciudad de México llamado Cuauhtitlán. Quiere decir "el lugar de las águilas" en el idioma náhuatl que era el que Juan Diego y su gente hablaban. Lo llamaron Cuauhtlatoatzin que quiere decir "el que habla como águila."

Cuauhtlatoatzin era un digno y dotado miembro de la gente chichimeca. Él vivió durante el tiempo que España conquistó México. El capitán español Hernán Cortés, ayudado por los tlaxcaltecas derrotó al Emperador Cuauhtémoc en 1521. El Rey Carlos V de España ahora gobernaba la Ciudad de México.

Unos cuantos frailes Franciscanos vinieron con los soldados de España esperando convertir a los aztecas en cristianos. Sin embargo, la crueldad de los soldados hizo casi imposible para los aztecas creer en el amor de Dios por ellos.

Cuauhtlatoatzin era uno de los pocos nativos que se convirtieron a la fe cristiana. Él y su esposa fueron bautizados en el año 1527. Ellos recibieron sus nuevos nombres cristianos, Juan Diego y María Lucía. Tristemente, María Lucía murió en 1529.


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Nuestra, historia comienza en una fría mañana de invierno. Era sábado, el 9 de diciembre de 1531, diez años después de la conquista de la Ciudad de México. Saliendo antes del amanecer, Juan Diego comenzó su largo camino a la ciudad. Él iba a Misa y a la instrucción del catecismo.

Cuando Juan Diego pasaba por la ladera del cerro del Tepeyac escuchó una música celestial. Sonaba como si muchos pájaros raros estuvieran cantando y como si el cerro respondiera su canto.

Al principio Juan Diego pensó que estaba soñando. Después de todo era tan temprano en la mañana. Él fijó su mirada en la cima del cerro del Tepeyac de donde la música celestial venía hacia él.

Cuando el canto terminó y todo estaba quieto y en calma, él vio a una señora bellísima de pie en medio de una luz resplandeciente. Ella llevaba un vestido rojizo con una cinta negra alrededor de su cintura y un manto azulado verde cubriendo su cabeza. En su manto resplandecían estrellas doradas.

Entonces la bella señora le habló, "¡Mi querido Juanito, mi Juan Dieguito!"

 

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Juan Diego se atrevió a ir a donde se le estaba llamando. Su corazón estaba feliz y no tenía miedo. Rápidamente subió la cuestecilla anhelando acercarse a la Misteriosa Señora. Ella brillaba como la luz del sol y le sonreía suavemente.

Todo alrededor de ella parecía resplandecer con una luz misteriosa. Los colores de las rocas, de las plantas y de la tierra eran claros y puros, y resplandecían como el arco iris.

Juan Diego se maravilló por su exquisita belleza. Inclinándose ante Ella, su corazón se inundó de un noble amor. Ella le preguntó, "Mi hijo digno y amado, ¿a dónde vas?"

Contestándole, él le dijo, "Mi Señora y niña mía, tengo que ir a México, para aprender de los sacerdotes de allá, las cosas divinas de Nuestro Señor.

Entonces la Señora le reveló su verdadera identidad.

 

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"Quiero que sepas y que tengas la certeza en tu corazón, mi hijito precioso, que yo soy la Siempre Virgen María, Madre del Único, Verdadero Dios, Quien creó el Cielo y la Tierra.

"Yo deseo ardientemente que se construya una ermita aquí para mí. En ella yo mostraré y daré a mi gente todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi protección. Yo soy tu Misericordiosa Madre y la Madre de todas las naciones en esta Tierra. Yo soy la Madre de todos aquellos que me amen, que me lloren, y que pongan su confianza en mí. Yo escucharé sus lamentos, remediaré y curaré todos sus sufrimientos, desdichas y pesares.

"Ve donde el Obispo de México y dile mi deseo de que me haga un hogar aquí mismo para mí, un templo en este llano. Dile cuidadosamente todo lo que has visto, escuchado y admirado. Ten la absoluta certeza que en agradecimiento por toda tu molestia te recompensaré bien."

Juan Diego, sintiendo su corazón henchido de amor ante su perfecta belleza y majestad, contestó, "Sí, mi adorada Reina, yo iré al Obispo con tu petición.

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Juan Diego se apresuró a llegar a la Ciudad de México. Mientras se acercaba al palacio del Obispo, su corazón se desanimaba. "¿Por qué el Obispo va a creer que yo, Juan Diego, he visto a la Madre de Dios?"

Cuando Juan Diego llegó, él llamó tímidamente a la puerta del Obispo. Uno de los sirvientes respondió, pero no dejó que Juan Diego entrara. El esperó afuera casi todo el día, sintiéndose muy pequeño, insignificante y asustado.

Finalmente, muy entrada la tarde Juan Diego fue llamado para ver al Obispo. Arrodillándose ante el Obispo, quien estaba sentado en su silla, Juan Diego comenzó a contarle todo lo que había visto y escuchado esa mañana de la Bella Señora.

El Obispo Zumárraga, con la ayuda de su intérprete escuchó cuidadosamente la historia de Juan Diego. Entonces él le dijo: "Mi hijo vas a tener que venir en otro momento. Primero, debo de examinar todo lo que tú me has dicho."

Juan Diego dejó al Obispo sintiéndose incomprendido y muy triste. Y se puso en camino hacia su casa.


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Llegando al pie del Tepeyac Juan Diego miró hacia arriba y casi no podía creer lo que veían sus ojos. Allí parada, precisamente esperándole estaba la bellísima Virgen, Madre de Dios. Al acercarse Juan Diego notó que sus pies no tocaban el terreno pedregoso. Ella flotaba un poco sobre el suelo.

Mirarla llenaba su corazón y su alma de júbilo. La dignidad real de Santa María le recordaba a una princesa azteca.

"Mi queridísimo hijito Juanito, qué dijo el Obispo?" preguntó la Santa Madre.

"Mi Madre Adorable," respondió Juan Diego sin aliento. "Yo no soy bueno para este trabajo. El Obispo no me creyó. Nadie creería la palabra de un  indio campesino. ¿Quién podría pensar de mí como un mensajero de la Reina del Cielo? Yo soy muy pobre,  muy pequeño, muy débil. Debes enviar a un ángel o un príncipe, cualquiera excepto Juan Diego.

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Escúchame, mi amado hijito," Santa María respondió tiernamente, "Yo podría enviar a muchos. Tengo a mi disposición los grandes de la Tierra y los Santos en el Cielo. Yo te he llamado a tí, el más pequeño y el más querido para que lleves mi mensaje al Obispo. Es absolutamente necesario que vayas tú personalmente, y que a través de tí mi deseo se realice.

"Regresa mañana otra vez donde el Obispo," Santa María continuó. "Dile en mi nombre y hazle comprender, que es mi deseo que construya una iglesia en mi honor en este sitio. Repítele otra vez que soy yo, la Madre de Dios, quien te envía. Cuando hayas hecho esto, regresa y déjame saber su respuesta.

"Madre Santa, no te causaré dolor en tu corazón. Con un buen corazón iré a ver al Obispo una vez más de tu parte," respondió Juan Diego, con su espíritu   , renovado. "Mañana, al atardecer, regresaré aquí para decirte su respuesta."


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Era domingo temprano en la mañana, el 10 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego 'llegó a la ciudad para la misa la clase de catecismo. Después, con decisión, se caminó para ver al Obispo.

Igual que el día anterior, los sirvientes trataron a Juan Diego rudamente, ni siquiera le anunciaron su presencia al Obispo. Juan Diego finalmente los cansó con su paciente persistencia.

Cuando el Obispo finalmente supo que Juan Diego estaba esperando afuera, él lo llamó. Al entrar a la sala del Obispo, Juan Diego se arrodilló ante sus pies, e implorándole dijo, "la Virgen Santa vino a verme otra vez anoche. Ella pide que le construyas un templo en su honor en el cerro del Tepeyac. Debes creerme, es verdaderamente la Madre de Dios quien me envía."

El Obispo Zumárraga permaneció silencioso, reflexionando por un rato. Finalmente, habló a través de su intérprete, diciendo, "Dile a la Señora, que el Obispo de México le pide una señal que pruebe que ella es verdaderamente la Madre de Dios. Dile que yo tengo que tener esta prueba antes de poder cumplir su petición.


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Arrastrando sus pasos, Juan Diego regresó a su casa triste y desalentado. Su sinceridad y persistencia habían impresionado al Obispo, pero decidió que dos de sus sirvientes siguieran a Juan Diego para ver a dónde iba.

Los sirvientes del Obispo perdieron de vista a Juan Diego cuando llegó a la cima del cerro del Tepeyac. La luminosidad de la presencia de la Virgen Santa lo envolvió completamente, escondiéndolo de su vista.

Postrado ante sus pies, Juan Diego dijo con gran angustia, "Yo le dije al Obispo de tu petición y él me escuchó. Por favor no te enojes, pero el Obispo no me creyó. Él dijo que tienes que darme una señal de que tú eres verdaderamente la Madre de Dios."

"Querido y fiel Juan Diego, tu corazón es bueno," dijo Santa María bondadosamente. "Regresa mañana y yo te daré una señal para el Obispo y él te creerá. Ella sonrió aún más radiante, y añadió, "Yo te recompensaré abundantemente por todas las molestias que te has tomado en mi nombre."

"Mi Señora, yo haré como tú deseas," respondió Juan Diego. "Mañana por la mañana antes de que amanezca, yo regresaré."


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Esa noche cuando Juan Diego llegó a casa, encontró que su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo. Toda la noche, y el día siguiente, Juan Diego cuidó a su pobre tío enfermo.

La mañana siguiente, el 11 de diciembre, mientras observaba la salida del sol, Juan Diego estaba triste por no poder encontrarse con Santa María como había prometido. Ella seguramente comprendería y lo disculparía por no ir a reunirse con Ella.

El tío Juan Bernardino sintió que se iba a morir. "Mi sobrino," él dijo, "mañana es martes. Tengo miedo pues creo que voy a morir muy pronto. Por favor, ve temprano a la ciudad y tráeme al sacerdote."

Juan Diego oró en el secreto de su corazón para que su tío no muriera antes de que el sacerdote pudiera venir.

"Si, tío," replicó Juan Diego tiernamente. "Mañana por la mañana saldré muy temprano y traeré al sacerdote tan pronto como pueda. Ahora trata de descansar."

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Era la mañana del 12 de diciembre de 1531. Antes del amanecer Juan Diego fue a la ciudad para buscar al sacerdote para que confesara a su tío moribundo.     

Temiendo que podría encontrar a Santa María en el camino y se retrasaría, Juan Diego decidió desviarse y tomar otra ruta hacia la ciudad. La Santa Madre lo sorprendió y descendió del Tepeyac por el otro lado.         Acercándose a él, Ella le dijo dulcemente, "¿Qué pasa Juandieguito, mi hijito queridísimo? ¿a dónde vas?"

"Buenos días mi Señora. ¿Cómo estás hoy? ¿dormiste bien anoche?" contestó, tímidamente, quitándose el sombrero.

"¿Estás tratando de evadirme hijito mio?" preguntó Santa María cariñosamente.

"Perdóname, Señora y niña mía, mi tío se está muriendo. Yo estoy en mi camino para llamar al sacerdote. Después yo regresaré a verte, te lo prometo," imploró Juan Diego.


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No dejes que tu corazón se preocupe, mi amado hijo, no dejes que nada te preocupe ni te aflija. No temas la enfermedad ni a ningún problema o dolor. Acaso ¿no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi amparo y mi protección? ¿no soy tu vida y tu salud? ¿no estás en los pliegues de mi manto? ¿no te llevo entre mis brazos? ¿necesitas algo más?

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"No te preocupes por la enfermedad de tu tío," Santa María continuó, mirando a Juan Diego con ternura. "No te preocupes más pues él ahora está vivo y bien. No necesitas ir por el sacerdote."

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"¡Oh mi Bella Señora y Madre," susurró Juan Diego con adoración, "Yo haré lo que tú desees!"


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Ve a la cima del cerro del Tepeyac. Allí encontrarás flores creciendo. Reune tantas como puedas en el regazo de tu tilma y tráemelas."

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Juan Diego subió a la cima del Tepeyac. Con el más absoluto asombro él vio rosas  creciendo en el suelo seco, congelado, y rocoso. Reverentemente, llenó su tilma con las hermosas flores y las llevó a Santa María. Ella cuidadosamente arregló las rosas en los pliegues de su tilma, entonces tomó las esquinas y amarró la tilma alrededor de su cuello.

Santa María miró a Juan Diego con tierno amor y dijo, "Ve ahora donde el Obispo. Dile que ésta es la señal que me pidió para cumplir con mi deseo. No dejes a nadie ver lo que estás llevando, mi queridísimo. No tengas miedo. Hoy el Obispo te creerá."

Juan Diego corrió jubilosamente al palacio del Obispo. Con cada paso que daba, la confianza crecía en su corazón. Se mantuvo repitiendo las palabras de Santa María, "Hoy el Obispo te creerá."

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Sin aliento de tanto correr, Juan Diego llegó al palacio del Obispo, y tocó emocionadamente a la puerta. Uno de los sirvientes respondió y dijo bruscamente, "¿Estás aquí otra vez? ¿Por qué tú siempre estás molestando al Obispo? Él no tiene tiempo para tí. Dime, ¿qué tienes tú ahí?

El sirviente y un compañero atrajeron tal amenazante atención hacia el bulto, que Juan Diego estaba sosteniendo, que muchas personas que estaban paradas alrededor empezaron a preguntar sobre su contenido. Atormentándolo por turnos, se burlaban, "¿Qué es lo que tienes en tu tilma?" "¿por qué no nos lo enseñas?" "¿qué estás escondiendo?" "¡Déjanos verlo!"

Juan Diego abrió su tilma un poquito y volvió a cerrarla rápidamente. El perfume de las flores llenó el patio. Uno de los sirvientes se atrevió a meter la mano dentro de su tilma, esperando descubrir sus secretos, pero las flores eludieron su alcance. Recordando la advertencia de la Santa Madre, Juan Diego apretó la tilma fuertemente a su cuerpo y rápidamente se alejó.

De repente, el Obispo Zumárraga apareció y con una seña invitó a Juan Diego a entrar.

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"Su Excelencia," Juan Diego exclamó, "La Santa Madre te ha dado una señal del cerro del Tepeyac."

"¿Mi hijo, qué tienes en tu tilma?" preguntó el Obispo.

En repuesta, Juan Diego simplemente dejó caer las esquinas de su tilma. Una cascada de rosas se derramó sobre el piso. El Obispo Zumárraga se quedó sin habla al contemplar las rosas del Tepeyac. Nunca nada creció en ese terreno rocoso.

Entre las flores, el Obispo reconoció rosas de castilla las cuales sólo crecen en España. Era la señal que él le pidió a Santa María, y de que Ella había escuchado su oración rogando por ayuda.

Mirando hacia arriba, los ojos del Obispo se abrieron maravillados. Estampada en la tilma de Juan Diego estaba una imagen de la Virgen tan delicada que el Obispo se quedó sin aliento. Contempló maravillado la expresión bellísima en su cara. Ella estaba rodeada por los rayos del sol con la luna a sus pies. Ella usaba una cinta negra alrededor de su cintura como todas las mujeres Aztecas acostumbraban cuando estaban embarazadas. Era la señal de que ella lleva a Jesús en su vientre.

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"Oh Santa Madre de Dios," el Obispo Zumárraga jadeó, "esta señal es más grandiosa que la que yo te pedí."

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El ser de Juan Diego estaba sumergido en amoroso asombro.  Se estremeció al pensar que la Reina del Cielo lo eligió a él como su mensajero.

Un gran silencio invadió la habitación. Todos los ojos estaban fijos en la misma imagen luminosa la tilma de Juan Diego. Lentamente, cada uno se arrodilló con asombro y admiración ante la vista de la imagen de la Madre de Dios.

Desconcertado por esto, Juan Diego miró hacia abajo para ver qué les llamaba su atención.

Completamente atónito, él vio la imagen de la Adorable       Señora del Tepeyac, exactamente como se le apareció a él. ¡Ahí en su tilma!

El Obispo entonces se levantó y abrazó a Juan Diego, diciendo, "Por favor perdóname por haber dudado de ti. Yo insisto en que pases la noche aquí como mi invitado de honor. Mañana viajaremos juntos al cerro del Tepeyac. Quiero marcar el lugar donde se construirá la nueva iglesia para la Madre de Dios."

Juan Diego, colmado de júbilo por todos los eventos gloriosos de ese día cortesmente aceptó su amable invitación. El Obispo reverentemente desató la tilma de Juan Diego y puso la sagrada imagen en su capilla privada. Allí la veneraría hasta que el nuevo templo de Santa María fuera edificado en el cerro del Tepeyac.

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Verdadera imagen de Nuestra Señora estampada en la tilma de Juan Diego. Esta fotografía fue tomada poco después de un atentado a la imagen (en la vieja Basílica, ca. 1921). Un hombre puso una bomba en un florero, el cual fue colocado en el altar debajo de la imagen. La explosión causó que la cubierta el vidrio abriera, permitiendo una vista clara.

La mañana siguiente, Juan Diego estaba ansioso por regresar y ver a su tío. El Obispo Zumárraga y algunos de su casa lo acompañaron al cerro del Tepeyac. Allí el Obispo marcó el lugar exacto donde Nuestra Señora se le apareció a Juan Diego, para comenzar la construcción de su nueva iglesia.

Entonces todos ellos fueron a la casa de Juan Bernardino. Al entrar en la villa en compañía del Obispo y su séquito, Juan Diego se sintió en la gloria.

El tío Juan Bernardino estaba lleno de júbilo de ver a su sobrino y al Obispo. Pronto, una gran multitud se aglomeró para verlos y oir acerca de las experiencias de Juan Diego.

Su tío Juan Bernardino relató esta asombrosa historia: Cuando su sobrino lo dejó para ir a buscar al sacerdote, el tío Juan se puso tan enfermo, que ni siquiera se podía mover ni tomar su medicina. La muerte parecía muy cercana.

De pronto, su habitación se llenó de luz. Una bellísima Señora se le apareció, resplandeciente de paz y amor. En ese momento, se sintió completamente sano y se sentó.

La Señora le dijo al tío Juan Bernardino que ella había enviado a su sobrino donde el Obispo con la imagen de ella impresa en su tilma. Ella dijo que el Obispo visitaría su casa mañana, y que por favor le llamaran, "Yo soy Santa María de Guadalupe."

El Obispo Zumárraga se quedó sin habla. El nombre Guadalupe no era conocido en México. Era el nombre de su monasterio en España. En el triforio había una escultura de Nuestra Señora de un siglo atrás parecida a la imagen en la tilma, excepto que Ella está cargando al Niño Jesús. Aún está allí hoy.

Las palabras "de Guadalupe" no se pueden deletrear o decir en el idioma azteca. El alfabeto de ellos no contenía las letras "d" o "g". Nuestra Señora le habló al tío Juan Bernardino en su propio idioma, náhuatl, no en español.

 

Una explicación es que el tío Juan Bernardino dijo, "Te Coatlaxopeuh" (Teh Cwah-tla-oo-peh), que    suena como, "de Guadalupe." Estas palabras aztecas quieren decir, "Ella quien aplasta la serpiente". (Los nativos habían rendido culto a una espantosa diosa serpiente. Ver la Nota Final). El intérprete del Obispo las podría haber confundido por las palabras en español, "de Guadalupe."

El nombre 'Guadalupe' quiere decir "río lobo." Un antiguo Monasterio Franciscano en honor de Nuestra Señora en España, recibió este nombre por los muchos lobos que en un tiempo rondaban por allí. Fray Juan de Zumárraga iba allá con frecuencia para orar antes de salir para México. El santuario es conocido por sus preciosas rosas de Castilla.

Fiel a la petición de Nuestra Señora, el Obispo Zumárraga construyó una grande y bella iglesia en su honor. Se llama la "Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe," y todavía está en pie hoy día en la Ciudad de México. Una Basílica nueva, mas grande, y mas magnífica fue construida en los años setentas al lado de la original. La vieja Basílica se había hundido en la tierra, causando que se inclinara mucho hacia un lado. Todavía se mantiene en pié en este lugar.

La imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe en la tilma de Juan Diego se puede ver hoy en su Basílica. Está en un marco de oro colgando alto sobre el altar principal. Millones de personas de todo el mundo vienen cada año a venerar su imagen milagrosa.

En los más de 470 años desde que este milagro ocurrió, la imagen de Nuestra Señora ha permanecido en la tilma de Juan Diego. Es tan clara hoy como cuando Ella la estampó en 1531.

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Vista de la Ciudad de México, conocida anteriormente como la "Gran Tenochtitlán,' 1.531, diez años después de que fue conquistada.

 

NOTA FINAL

(Advertencia a los padres: las siguientes páginas contienen una descripción explicita de algunas atrocidades de los aztecas, las cuales pueden no ser adecuadas para niños sensibles.)

Históricamente, al estudiar las culturas amerindias que florecieron en la época prehispánica, una gran parte de lo que actualmente es México se ha convenido en llamar a ese territorio Mesoamérica. A la llegada de los conquistadores españoles a principios del siglo XVI, encontraron alrededor de 200 distintos grupos étnicos indígenas que poblaban esas tierras, y aunque tenían una identidad cultural propia, compartían costumbres y estilos de vida semejantes, como su forma de cultivar la tierra y alimentarse, su calendario, el modo de tejer su ropa y elaborar piezas de artesanía, así como la manera de grabar registros y algunos de los mismos dioses. El imperio azteca o mexica ejercía diversos grados de dominio sobre muchos de estos pueblos mesoamericanos.

Debido a las variaciones del clima y a otras catástrofes naturales, Mesoamérica presentaba problemas de sequías o inundaciones que resultaban en la escasez de alimentos y como consecuencia de esto había hambre, enfermedades y guerras. Para estos pueblos amerindios, una forma de resolver esta situación era ofrecer sacrificios a sus dioses para apaciguarlos y tenerlos propicios. Cada uno de los dieciocho meses de 20 días del año tenía sus propias festividades, ceremonias y sacrificios.

 

Los aztecas no introdujeron el sacrificio humano en México, pues era una práctica ritual que acostumbraban desde tiempos antiguos otros pueblos mesoamericanos como los Mayas, Olmecas, Toltecas y Teotihuacanos. Huitzilopochtli, dios de la guerra, era una principal deidad de los aztecas. Las "Guerras Floridas"era una práctica común que tenían los aztecas para capturar  guerreros de otros  pueblos vecinos para sacrificarlos a sus dioses. Si había peligro de guerra o temor de que la cosecha no fuera abundante, miles de los más valientes guerreros eran atados juntos y conducidos a la parte más alta de las pirámides. Allí se preparaban cuatro altares de sacrificios. Los corazones aún palpitantes eran arrancados del pecho de las víctimas y echados a un recipiente grande para quemarlos como ofrenda. Esta práctica se realizaba año tras año.

En la Gran Tenochtitlán (Ciudad de México), las cabezas de las víctimas eran apiladas formando un muro de cráneos o Tzompantli, que se elevaba sobre la plaza central. Las víctimas eran azotadas con látigos y clavadas con flechas y dardos para que su sangre al gotear fertilizara la tierra. Los niños eran sacrificados a Tlaloc, dios de la lluvia. A otros los quemaban vivos para celebrar el calor de agosto y la buena cosecha.

El emperador Moctezuma II llegó al poder en el año de 1503. Cuando el capitán Hernán Cortés y sus soldados procedentes de España, avistaron por vez primera la Gran Tenochtitlán en noviembre de 1519, estaban asombrados de la avanzada civilización del Imperio Azteca. En su primer encuentro con el emperador Moctezuma, él les dio un palacio inmenso con amplios patios para su alojamiento. Él les enseñó su ciudad con grandes templos y mercados, más grandes que los que cualquier español había visto en Europa. Después de una semana de la hospitalidad lujosa del emperador, Cortés hizo que lo arrestaran y lo pusieran bajo custodia.

Cortés y sus soldados trataron a Moctezuma con el mayor respeto. Se le permitió tener a toda su familia y sirvientes, para continuar sus funciones de estado como siempre. Sin embargo, al emperador se le ordenó que jurara lealtad al rey de España.

Como Moctezuma temía que Hernán Cortés pudiera ser el retorno del dios Quetzalcoatl, él no ofreció ninguna resistencia. Al año siguiente lo mataron en la Ciudad de México durante la sublevación de los aztecas en contra de Hernán Cortés.

 

En diciembre de 1531 sucedió el Gran Acontecimiento: la Virgen de Guadalupe se apareció en el cerro del Tepeyac, y su milagrosa imagen quedó grabada con vivos colores sobre la tilma del humilde indio Juan Diego. Nuestra Señora se mostraba como una bellísima doncella mestiza, azteca y española, cubierta con un manto de estrellas y rodeada por el resplandor del sol. Ella estaba parada precisamente sobre el centró de la luna juntando sus manos en amorosa oración.

En lengua náhuatl, la palabra México deriva de Metztli = luna; xictli = ombligo, centro; -co = partícula locativa, en. Así que México significa: "lugar sobre el ombligo o el centro de la luna". Por esta razón, al contemplar la imagen que era como un códice prehispánico, los indígenas se admiraron e interpretaron el mensaje de fe, esperanza y amor que Santa María les quería transmitir y reconocieron el llamado a la conversión, a la paz y a la salvación que los misioneros les llevaban.

Al año siguiente de las apariciones de Nuestra Señora, a lo largo y ancho de todo México, los indígenas de distintos pueblos y culturas fueron aceptando la nueva fe cristiana. Muchedumbres enteras formaban largas colas para recibir el sacramento del bautismo, aceptando a Nuestra Señora como su madre y protectora amorosa y a Jesús como su Salvador y hermano.

 

ESTUDIOS SOBRE LA TILMA

El ayate o tilma mexicana, tal como la que usó Juan Diego, es una cubierta exterior, como una capa o poncho. Se usa principalmente como protección contra la humedad y el frío de las mañanas y las noches.

La tilma se elabora a partir de la planta de maguey que crece en las regiones semidesérticas del suroeste de los Estados Unidos y en México. Las hojas (pencas) de la planta de maguey son muy pulposas y fibrosas. Los indios secan las hojas para extraer las fibras que luego tejen produciendo una tela de material grueso, buena para hacer tilmas y otra ropa áspera.

La ropa hecha de la planta de maguey no dura más de 20 años y éste es otro aspecto milagroso y sobrenatural de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en la tilma de Juan Diego, ya que han transcurrido más de 470 años y la tilma no se ha deshilachado ni muestra señal alguna de desgaste por el envejecimiento.

Nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo II, canonizó a Juan Diego el 31 de Julio de 2002, durante su visita a la Ciudad de México.

Este libro está dedicado a los niños de todo el mundo, especialmente aquellos que no han conocido el amor de una madre.

 

Oración a nuestra Señora de Guadalupe

Preciosa Flor del Tepeyac, Madre de las Américas, tú elegiste entre tu gente, un nativo de nuestra tierra, el hombre más humilde y digno para llevar tu palabra y la impresión de tu Imagen. Madre Espléndida, enséñame cómo merecer tu misericordia. Concédeme la humildad y la fe de mi hermano Juan Diego, para que yo también pueda oír tu suave voz llamándome.

Con valor, mi humilde hermano Juan Diego se acercó al Obispo. Concédeme bellísima Señora, el mismo valor que ayudó a Juan Diego a entrar por las puertas del palacio del Obispo, más allá del desprecio de los sirvientes del Obispo.

María, Madre mía, hazme un mensajero de tu amor y bondad, para que por mis palabras tus hijos puedan saber de tu compasión. Concédeme el don de la palabra, para que pueda comunicar la paz que tú ofreces a través de tu Hijo, Jesús.

Mujer del Sol, cubierta con los rayos brillantes del cielo, tú distinguiste a Juan Diego con la confianza para llevar a cabo su misión: construir para tí un lugar donde nosotros pudiéramos venir y recibir la abundancia de tus bendiciones. Enséñame mi misión aquí en la tierra, y concédeme el valor de seguirla con ardor, para que yo pueda ayudar a traer el reino celestial más cerca a nuestro mundo.

Rosa de Guadalupe, intercede por la Iglesia y protege al Santo Padre. Así como le dijiste que sí a Dios y tuviste al Salvador, ayúdame en mi fe, que yo pueda decir que sí a la misión que Dios me ha dado. Sé la luz en mis horas de oscuridad y guíame a través del bosque de mis opciones. Llévame de la mano, y dirígeme hacia el camino correcto. Concédeme la misma misericordia que ofreciste a mi hermano Juan, para que yo pueda aferrarme a tu amor en mi ansiedad y conocer tu paz en mi desasosiego.

Nuestra Señora de Guadalupe, O Artista Grandiosa, tú diste generosamente a mi hermano Juan Diego, un trabajo de verdadera maravilla que por siempre diría que tú eres la más Bendita Virgen María, Madre del Único Verdadero Dios. Tu Santa imagen estará por siempre impresa en la tilma de mi hermano, y en los corazones de todos tus hijos hasta que al fin nos encontremos en el reino de Dios donde tú vives para siempre eternamente. Amén.

 

BIBLIOGRAFÍA

Brandon, William, "The American Heritage Book of Indians," Dell Publishing Co., Inc., New York,

1984, 12*ed.

Elizondo, Virgil, "Guadalupe *Mother of Üie New Creation," Orbis Books, 1997, 4* ed.

The Franciscan Friars of the Immaculate, "A

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Waite, Minn., 1997.

Johnston, Francis, "The Wonder of Guadalupe", TAN Books and Publishers, Inc., Rockford, I11., 1981.

Sr. M.F. LeBlanc, O.C., "Cause of Our joy," Pauline Books & Media, Boston, Mass., 1997.

Pauline Books & Media, "Once on a Barren Hill” Video by Pauline Books & Media, Boston, Mass., 1985

 

 

Ilustraciones de las pinturas de Jorge Sánchez-Hernández

Jorge Sánchez-Hernández retiene exclusivos derechos

de autor sobre las pinturas; la duplicación o reproducción

de las imágenes aquí contenidas no puede

hacerse sin su permiso.

 

Diseñado por Daniel J, Johnson y C. Lourdes Walsh

Publicado por Daniel J. Johnson

Traducido por María Blanca Zamora

Nota Final por Felipe Pietrini-León

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© Derecho de autor 2005 C. Lourdes Walsh. Reservó bien.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducido, almacenado en un sistema de recuperación, o transmitido, en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopiando, la grabación o de otro modo, sin el permiso previo del autor.

Impreso Por Arcade Lithographers, Sarasota, Florida

La Biblioteca nacional de Catalogar de Canadá en Datos de Publicación

Walsh, C. Lourdes, 1948-

La Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de las Américas

  1. I    Ilustrador: Jorge Sánchez-Hernández, 1926-
  2. Redacten Daniel J. Johnson, 1963-
  3. Traductor: María Blanca Zamora, 1928-

ISBN 1-4120-1198-3

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Nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, inspiró este libro cuando visitó la Ciudad de México el día 22 de enero de 1999. En ese día él declaró que la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, el 12 de diciembre, se celebraría con solemnidad por todas las Américas.

Yo comencé a escribir esta historia el 31 de enero de 1999, la fiesta de San Juan Bosco, quien se dedicó con amor paternal a los niños de la Italia del siglo XIX.

Las impresionantes pinturas de la aparición, de Jorge Sánchez-Hernández, me obligaron a contar esta historia. A él le agradezco inmensamente su permiso para reproducirlas aquí, y a su hija Susana Sánchez de Pietrini por dejarme usar sus fotografías.

Gracias especiales a Linda DuPlantis por darme a conocer las pinturas de Sánchez; a Felipe Pietrini-León por describir tan maravillosamente la historia mexicana y por ayudar a redactar la edición española; y a Mary Martha Solomón por sus inapreciables descubrimientos en Guadalupe, España.

Gracias especiales a Roberto Trawitz y a su personal del restaurante Las Bodegas del Molino, Puebla, México, por mostrar, de su colección privada, las pinturas originales al óleo de la colección "Nican Mopohua" del Maestro Jorge Sánchez.

 

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