...USA es tierra de misioneros e inmigrantes?
17 / May / 2012
Tenemos una nueva “beata” en nuestra iglesia universal, y una vez ella vivió precisamente aquí, en Los Ángeles.
La Beata María Inés Teresa Arias fue beatificada el mes pasado en la ciudad de México. Su historia es hermosa porque es muy simple.
Manuelita, como fue conocida, nació en 1904, y creció en una familia católica numerosa en Nayarit, México. Ella acostumbraba ir diariamente a Misa con su padre y ella trabajaba en un Banco. Era activa en su iglesia y en ayudar a los pobres. Tenía una vida social muy divertida.
Cuando Manuelita tenía 20 años, una prima le dio la autobiografía de Santa Teresa de Lisieux “Historia de un Alma”. Desde entonces, ella sintió un profundo deseo de consagrar su vida a Jesucristo. Entró con las Hermanas Clarisas de Los Pobres en la ciudad de México.
Aquellos eran tiempos difíciles. El gobierno mexicano perseguía a la Iglesia, mataba sacerdotes y religiosas, confiscaba templos y conventos, declaraba fuera de la ley la celebración de la Misa. Este era el tiempo de la guerra de los cristeros.
La persecución condujo a las Pobres Clarisas al exilio. Ellas fueron bienvenidas aquí en Los Ángeles en 1929 por mi predecesor, el arzobispo John J. Cantwell. Él acogió a muchos refugiados de México, incluyendo a la Venerable María Luisa Josefa de la Peña, quien fundó nuestras Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Los Ángeles.
Mientras oraba en la que entonces era nuestra iglesia de Santo Toribio, la Bienaventurada María Inés recibió una llamada especial para fundar las Hermanas Misioneras Clarisas de los Pobres del Santísimo Sacramento.
Ella dio a sus hermanas una hermosa misión: “Llevar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, de modo que ella, a través de su maternal ternura, trajera a su Divino Hijo a vivir en los corazones de aquellos que tienen hambre de Dios, sin saberlo”.
Y para el tiempo de su muerte, en 1981, su orden había establecido 50 casas en países de todo el mundo.
Yo estaba pensando en la Beata María Inés la semana pasada mientras la Suprema Corte estaba escuchando argumentos sobre la controversial ley de inmigración de Arizona.
Nuestra Iglesia es una Iglesia de inmigrantes. Siempre lo ha sido. Así como Norteamérica siempre ha sido una nación de inmigrantes. Excepto por unos pocos, todos nuestros santos, bienaventurados y venerables fueron inmigrantes. Algunas, como San Frances Xavier Cabrini, fueron canonizados por su servicio a nuestras comunidades inmigrantes.
Hoy parece que estamos perdiendo este sentido de la herencia norteamericana, como una tierra de misioneros, inmigrantes y santos. Una tierra donde hombres y mujeres de todas las razas, credos y naciones pueden vivir como hermanos y hermanas.
Por eso es que el caso de Arizona es importante. Cada año los gobiernos de los estados siguen pasando nuevas leyes anti-inmigrantes. Hubo 197 nuevas leyes en 2011 y 208 el año anterior, de acuerdo con la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales.
Esas leyes expresan el enojo y la frustración de la gente. Todos saben que nuestro sistema nacional de inmigración está dañado. Hasta ahora, ni el Congreso ni el Presidente han encontrado una manera de arreglarlo. No ha habido un movimiento real a nivel nacional desde que la Reforma Comprehensiva de Inmigración falló en el Congreso en 2007.
Nuestra “política” nacional ahora es arrestar y deportar a tantos inmigrantes ilegales como podamos. El año pasado solamente, nuestro gobierno deportó cerca de 400 mil personas, un número récord.
Por supuesto, nosotros no estamos hablando sobre estadísticas. Cada uno de esos “números” es una persona, muchos de ellos católicos. Muchas son madres o padres quienes, sin avisar, no vendrán a casa para la cena esta noche. Muchos nunca verán crecer a sus hijos.
Esta no es una “solución” digna de una gran nación. En nombre de la implementación de nuestras leyes, ahora estamos destruyendo familias. Estamos castigando a niños inocentes por los crímenes de sus padres.
Nosotros somos mejor gente que esto.
Norteamérica siempre ha sido una nación de justicia y ley. Pero también somos un pueblo de compasión. Podemos encontrar una mejor manera. Esto empieza recordando la promesa de Norteamérica, como una tierra donde pobres inmigrantes pueden llegar a ser grandes santos.
Podemos encontrar la resolución para crear una política de inmigración con principios. Una política que incluya una solución justa para el problema de quienes están aquí en violación de nuestras leyes. Una política que asegure nuestras fronteras contra cruces ilegales y de la bienvenida a nuevos inmigrantes que tengan el carácter y las habilidades que nuestro país necesita para crecer y florecer.
Así que hagamos de esta intención nuestra oración esta semana, que podamos encontrar una nueva manera para avanzar sobre la inmigración.
Pidamos a la Bienaventurada María Inés, y a todos los santos inmigrantes y bienaventurados de Norteamérica, que nos ayuden a crecer en compasión y empatía. Que nos ayuden a ver la humanidad de nuestros hermanos y hermanas, sin importar de dónde vienen o cómo llegaron aquí.
Nuestra Señora de Los Ángeles, ruega por nuestra arquidiócesis y nuestro país.
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