Santa María de Guadalupe, tú que evangelizaste los pueblos de América trayéndonos a tu Hijo Jesucristo, consolándonos en nuestros sufrimientos y acompañándonos a lo largo de nuestra historia,  hoy te recibimos en esta tierra, junto a la Sagrada Síndone, en donde quedó impresa la imagen amadísima de tu Hijo Jesucristo.

Aquí, delante de estos dos lienzos, podremos contemplar desde la pureza de tu mirada, el cuerpo flagelado y sufriente de nuestro Señor Jesucristo que se entregó a los hombres hasta la muerte de cruz.

Tú, que acariciaste con amor el Sagrado lienzo que envolvió el cuerpo de tu Hijo antes de depositarlo en el sepulcro, en nuestras penas y sufrimientos, consuélanos.

Tú, que pasaste por la oscura soledad del Sábado Santo, ilumina nuestra vida para no sucumbir ante las pruebas y las tentaciones de la vida.

Tú, que fuiste testigo de la Resurrección de tu Hijo, comparte con nosotros el gozo que experimentaste ante Su victoria sobre el pecado y la muerte.

Tú, que te convertiste en el primer apóstol del Evangelio y que nos has acompañado como madre a lo largo de los siglos, acoge a tus hijos que con amor nos acercamos a ti.

Tómanos, como en el Tepeyac, en el cruce de tus brazos y en el hueco de tu manto, abraza nuestras flaquezas y miserias y fortalécenos  con una fe profunda, con una esperanza inquebrantable y con una auténtica caridad.

Y aquí en tu presencia, junto a la Sábana Santa, símbolo de todo un Dios que se hizo hombre y que no renunció ni al dolor ni a la misma muerte por amor; acudimos  a ti, Santa María de Guadalupe, para que seques nuestras lágrimas, para alejarnos de los peligros de nuestra alma, para no dejarnos vencer ante la perturbación y la tristeza.

Danos la certeza de que después de la cruz gozaremos de la Resurrección y que el amor que se da sin límites, también recibe sin límites. Y así, en la  hora de nuestra muerte, tómanos de la mano para llevarnos ante la presencia de tu Hijo Resucitado, para amarlo y alabarlo eternamente en el Cielo.

  Hoy nos consagramos a ti, María de Guadalupe y te entregamos nuestro corazón. Jesús recibe nuestro corazón de las manos de María y tómalo como ofrenda, signo de nuestro amor. Así sea.